Leí antes de que anochezca cuando estaba en España. Me
había ido en un viaje de exilio, buscando salidas, respuestas o no sé qué. Pero
tenía que huir. Y me fui lejos. Tan lejos como donde tenía a mi hermana que me
podía dar asilo y de comer. Allá, entre caminata y caminata, me encontré con
este libro. El título me
encantó. Recordaba haber sabido del autor porque lo
mentaban en el Diccionario de Narrativa Hispanoamericana por eso lo compré.
No sé si lo dije, pero vale aclarar que mi aventura fue
allá por el 2000, cuando era un purrete lleno de acné y miedos; cuando acá la
cosa se tornaba enrarecida pero parecía que todo seguía. Poco faltaba para el
debacle y volver a empezar. Pero no vengo a historiarme amigos. A nadie le
interesa de mí.
Vengo a hablar de un libro que me mostró un lugar distinto.
Me explico, y para ello, un poco de historia.
Reinaldo Arenas fue un escritor cubano. Exiliado y opositor
al régimen castrense. El tipo, como casi todos los escritores del Boom apareció
alineado a la revolución. Pero, al igual que sus coterráneos, pronto empezó a
percibir esa sensación de asfixia que al arte – en especial a la literatura –
fue imponiendo el gobierno castrense. Porque los revolucionarios la iban de
todo bien pibe, pero acá se labura así y asá, para tener esto y aquello. Todo
bien con tal pensar para lo social. El problema fue que esa visión rigurosa y
estructurada la aplicaron al arte en general y a la literatura en particular. Luego,
las letras solo servía en tanto y en cuanto hablaba de un referente cercano e
identificable (a modo de ejemplo: igual a los textos que se difunden día a día acá
en Mendoza) que de no u otro modo, hablara al pueblo de las inequidades del
capitalismo o de las bondades del comunismo. Al principio de la revolución todo bien porque los artistas eran
funcionales y la exaltaban. Pero al poco de andar el camarada Heberto Padilla
solapó algunas críticas al sistema en su novela “En mi jardín pastan los héroes[i]”. Apenas
sale lo detienen a Padilla y el tipo aparece en los medios confesándose
arrepentido y traidor al régimen.
Los intelectuales reaccionaron de forma maniquea. Así,
algunos permanecieron junto al régimen y otros tornaron críticos. De estos
últimos la gran mayoría eran cubanos exiliados. Que, a partir del caso, pudieron
hacerse oír. Y en consecuencia comenzar a denunciar las barbaridades del
régimen. Ahí cobró notoriedad mundial Reinaldo Arenas como escritor exiliado.
En aquellos oscuros años también se dio una persecución intensa
a los homosexuales en la isla. Reinaldo
Arenas era homosexual.
Fue por estos dos motivos (trolo y disidente) que
Reinaldo Arenas sufrió persecuciones y censura hasta 1980 cuando Fidel autorizó
un éxodo masivo de disidentes. No obstante Arenas tuvo que falsificar su
pasaporte para huir porque, al ser escritor – y siendo como es que los
escritores somos capaces de derrumbar un sistema con el verbo – no querían perder
control sobre él. Sin embargo el tipo fue más vivo y, consciente de que era la
última oportunidad, se la jugó una vez más y escapó. Aclaro
la idea: Arenas intentó escapar muchas veces de la isla. Navegó en gomón. Cruzó un campo minado. Se cogió
a todo un regimiento. Y más.
Para mí el hecho de que fueran cubanos los disidentes les
dio más credibilidad que a los que permanecieron junto al régimen por el simple
hecho de que, estos, eran todos extranjeros. Escritores de izquierda que vivían
en países capitalistas y democráticos. Escritores que lucraban (y lucran) con
la denuncia eterna y constante a un sistema que los reproduce y los
comercializa. Escritores que son nada más que alternativas de mercado.
En 1987 le diagnostican SIDA. Entonces, nuestro escritor
se dedica a escribir su autobiografía: “Antes de que anochezca”, libro que les
comparto hoy. Belleza narrativa, descarnada y salvaje. Melancólica y dolorosa.
Excelente.
¿Y por qué me mostró un lugar distinto? Porque Arenas me
mostró que podés ser de izquierda y bien garca, que no todos están
comprometidos en la “causa”. O que la causa a veces es un término polisémico
que confunde y tara la equidad. También me sirvió para enseñarle a mi cófrade
Miguel Wirtis que ser gay no está mal, que se puede ser buen tipo más allá de
la elección sexual.
Bueno amigos, acá está esta belleza de la narrativa
hispanoamericana del siglo XX: Antes de que anochezca.