Stephen King es un autor que me costó mucho. No porque me
resultara compleja su narrativa o entreverado su estilo, sino lisa y llanamente
porque me negué a leerlo durante muchos, muchos años. Por qué, se preguntan,
porque pensaba que era un autor menor, deslindado de los axiomas literarios que
sí o sí un escritor que se precie debe cumplir. Fue así que, como dije, renegué
y hasta negué el epíteto de escritor a Stephen King.
Ahora bien, yo soy un intelectual formado por la
academia. Sí, suena pedante. Aunque, en muchos ámbitos, me resulta vergonzoso.
No obstante, nada de eso importa, solo quiero decir que la universidad me
enseñó una manera de leer que me ciñe a ciertos modos, aspectos y formas del
texto literario. Que si bien son amplias – según creo yo, si acá no vengo en
plan: te odio facultad que septuagenarios son tus modos. No amigos, yo lucro ahí
– exceptúan varios modos u formas de la literatura. El modo más concreto es la
temática. Sí, así es. En la facultad miran torcido la recreación meramente –
por usar un adjetivo propio de mis profes – imaginativa. Tal como la de Stephen
King, Richard Matteson o José Luis López.
Exceptúan solo la épica fantástica, aceptada y legitimada por el cannon occidental. Voy a
hacer un paréntesis aquí para criticar un ratito esta idea del cannon literario
y lo que la academia abala: es una verga. Entiendo que debe existir, como dijo
el poetizo Pablo Grasso: “Debe existir”. Y yo le entendí: porque abala la
lectura como bien social la Academia. Pero también, el comercio. Adjunto está
la necesaria exposición para que existas ahí dentro, para mirar desde el
escaparate y demostrar que sos lo que quisiste ser, que todos lo sepan. Porque
es verdad, de algún modo sos mejor que todos ellos. Eso sí: hay que cantar, lo
que sea, pero hay que cantar bien fuerte para que todos escuchen, para que
todos aplaudan (Cómo me gusta que me aplaudan) y nunca te dejen de mirar ahí
arriba. Porque solo existo si estoy ahí arriba. Si fuera rebelde, si fuera como
vos podría decir que me quedo abajo, con la gente, con la popu y me quedo abajo
para ser ese dedo botón y acusador que señala con sus palabras irreverentes y
su mirar inquisidor. Pero no, yo no soy así. A mí me gusta levantarme minas,
tratar de cogerlas y decirle al mundo qué tan feliz soy.
Me fui. Al demonio como siempre. Mis disculpas. Hablaba
de que la Academia legitima solo algunos modos. Y que esos modos legitimados
están referenciados desde el paradigma del canon literario occidental.
Propuesto por el recontra choto de Bloomfield. No sé si lo conocen. Es un
inglés maricón que se dedica a la crítica. Y ¡ojo! No critico que sea maricón,
ni que haga crítica – de hecho yo solo soy en la medida que puedo juzgar a los demás.
En buen plan, claro – sino que su visión se ciñó a los modos más realistas.
Vimos épica fantástica y realismo mágico como representantes de las corrientes
más imaginativas. Pero nunca literatura pulp, de horror o terror fantástico. Menos
que menos al comic ¡Cómo se te ocurre! No es de modo explícito ni autoritario
que se niega esta literatura, amigos, para nada. La forma es mucho más sutil
pero efectiva y – debo aclarar porque muchos de mis más mejores amigos en el
mundo son profes de la facultad – sin ser conscientes: se la niega mediante la
omisión. Nunca nos hablan, se cita o analiza este tipo de géneros. Por ende, no
existen.
Así de fácil. Yo, producto de ese mundo pedante y lleno
de chotos (como mis amigos y yo, en definitiva); tendía a no querer ni siquiera
mirar las tapas de este tipo de “literatura”. Pero me enamoré de una dibujante.
Tengo un primo que ama el comic. Trabajo rodeado de guachines que juegan video
games. Veo cantidad de animé. Y de todo eso aprendí a mirar los
modos fantásticos anquilosados en el horror, la fantasía indigenista y los
modos propensos al comic.
Y, entre las cosas de este modo que me quebraron la
cabeza está Stephen King y esta novela “El misterio de Salem`s Lot o La hora
del vampiro”.
Acabo de terminar de leer este libro y me ha confirmado
que Stephen King es un capo. Ya me había impresionado con Corazones en la
Atlántida. Por su estructura compleja, por los cambios de narradores y voces,
por lo ágil y trepidante del ritmo.
Cuando encontré esta novela que hoy les comparto en los
libreros de la Alameda me dije Tenés que hacerte con ella Pablo, a como dé
lugar. Y lo hice. Y vine y la leí, con su tamaño muy gordo y su tapa pulp. Sí
amigos, me leí las 500 y tantas páginas de este libro en poco menos de dos
semanas. Y es que tan bueno está.
Les cuento cómo viene la historia: 1975. Ben Mears,
un escritor en ascenso, vuelve a Salem`s
Lot. El pueblo del que huyó luego de presenciar un suicidio en la casa Marsten.
Quiere ahuyentar fantasma, busca paz con
el pasado. Por eso pretende rentar la casa Marsten y escribir su nueva novela
ahí. Pero cuando llega al pueblo se entera de que la casa ha sido rentada por
otros.
La desaparición de un niño, la prematura y extraña muerte
de su hermano mayo a la semana, la curiosidad y la situación pondrán a Mears de
frente al mal. Y no tendrá más posibilidad que enfrentarlo. Una novela trepidante,
que toma las características de la literatura gótica y las reproduce en otro
contexto.
Me gusto mucho que la estructura es circular. También que
los personajes son oscuros pero cotidianos, el lector puede establecer empatía
con ellos. Son héroes ocasionales, obligados por la situación. El ambiente de
pueblo norteamericano está muy bien logrado y, lo mejor, por lo menos para mí;
es que Stephen King musicaliza sus relatos con altas dosis de rock and roll.
Siempre está sonando alguna melodía salvaje y desenfrenada. Y lo más
importante: me gusta este tipo porque, más allá de la fama y el mucho dinero
que tiene; es un rebelde absolutamente opuesto al rigor del paradigma “literatura
seria”.
Bueno amigos, qué les puedo decir, ando muy enamorado de
este señor últimamente. Acá les dejo esta tremenda novela. ¡Qué la disfrutes
linda!