Morgan Robertson fue un escritor norteamericano. Nació en
1961 y murió en 1815. El 24 de marzo, para ser más exacto. Lo encontraron en
una habitación, sentado en un sillón, mirando el mar. Muerto. Causa: sobredosis
de protiodide.
De Robertson se puede decir mucho. Por ejemplo que es el probable
inventor del periscopio, que fue un exacerbado rebelde que vivió en la más mísera
de las miserias, que pugnó contra el american way of life hasta que los excesos
se lo llevaron. También podemos decir que fue un muy buen escritor de ciencia
ficción de su tiempo que – así, de forma similar a Julio Verne – a fuerza de
certezas en sus obras hoy es recordado como un premonitor.
Es este último aspecto el que acá nos convoca porque les
traigo la novela Futilidad o El hundimiento del Titán. Un hermoso texto que, de
forma desconcertante anticipa la tragedia del Titanic. Y es así mis amigos
porque el barco de la ficción se llama muy parecido (Titán), porque la cantidad
de pasajeros es similar, porque los motivos son los mismos (la tecnología
desafiando a la naturaleza), porque la causa de la muerte de gran cantidad de
pasajeros fue la igual: la escasez de botes salvavidas, porque hasta el
apellido de ambos capitanes es el mismo: Smith, porque fue en el mismo mes:
Abril.
No obstante la novela, cuando fue la catástrofe del
Titanic, lejos de conseguir notoriedad, pasó desapercibida. ¿Causa? La gente
estaba más interesada en los escabrosos detalles que publicaba la prensa
respecto al accidente que en una ficción premonitoria.
Más allá de estos detalles Futilidad es una muy linda
novela que, según mi rígida formación,
podría clasificar como Postromántica. ¿Por qué? Porque – y casi muy parecido al
adefesio romántico con que Hollywood contó la historia del Titanic – en torno a
la tragedia transcurre una historia de amor. Pero, y acá agradézcanme muchachos,
no como la de Titanic, no. Les cuento cómo viene la mano: el protagonista,
Rowland es un oficial venido a menos que, por causa del alcohol y los excesos,
está de marino raso en el Titán. Allí también está la muchachita – que no
recuerdo el nombre y me da pereza indagar el papel – que una vez fue su novia
pero que lo dejó. Ella está casada con un hombre adinerado. Tienen una niña. En
el barco se reencuentran, como habrán supuesto, y Rowland entiende que aún la ama. Ella, en cambio, piensa
mal del marino perdedor.
La historia está en el plano romántico, entendido tanto desde
lo literario como desde lo cotidiano que el término designa. Lindo texto para
leer con tu chica de la mano, un domingo en el parque mientras pensás en el
brillante futuro que te espera como docente, mientras añorás esos años de éxito
que vendrán, mientras suponés cuánta gente linda conocerás. Acá te lo dejo para
que, la clase que viene, cuando nos veamos; rindas un examen, entregues un
informe y te ganes una buena nota. O no. Vos sabrás.
Acá lo tenés: